lunes, 19 de abril de 2010

NUNCA ESTUVE EN LA PATAGONIA

De aquellos años recuerdo,
la firme decisión de evadirme,
los reproches de mis amigos por mi marcha,
los miedos inculcados por mi madre,
la culpa, la pérdida de tiempo, el hastío,
las ganas de hacer de todo y no hacer absolutamente nada.
Las interminables horas de vuelo en aviones,
las consecuentes raciones individuales de comidas,
raciones individuales de conversaciones con extraños,
raciones inevitables de somníferos ingeridos sin cesar.
Todo aquello al fin me llevaba supuestamente adonde quería estar,
pero donde realmente nunca supe permanecer.
A 11000 Km de distancia todo se ve de un color diferente.
Nada más pisar aquel suelo,
me daba cuenta de que no estaba en la Patagonia.
Estaba en un lugar donde el amor se convertía
en una calle llena de cucarachas, a las que era imposible esquivar.
Y no había más remedio que pisarlas. Y crujían.
Y el sonido del crujir se insinuaba en mi paladar
como un nauseabundo sabor en mi boca.
Yo no quería un amor como aquel.
Yo quería el amor hecho lluvia,
mientras corríamos por las calles adoquinadas,
agarrados él y yo de la mano,
empapados de arriba abajo,
riéndonos a carcajadas,
con los pantalones alzados hasta las rodillas,
locos por llegar a casa y secarnos el uno al otro.
Ese era el amor que yo necesitaba. El AMOR con mayúsculas.
Yo nunca estuve en la Patagonia, pero de vez en cuando él me hacía volar hacia cualquier lugar en el que yo deseara estar.

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