Era una
tarde de domingo sin resaca. Estaba en mi habitación tumbada en la cama. Me
aburría tanto que incluso creo que cuando miraba al reloj, parecía que las
agujas corrían hacia atrás. Así que decidí quedar con un tipo que había
conocido unos días antes a través de una página de esas de contactos. –Peor que
mi ex no puede ser- pensé. Entonces, ¿por qué no ir? Mi autoestima había sido
asesinada un año atrás…así que había poco más que perder.
Lo siguiente
que supe es que estaba esperando a este tipo desconocido. Habíamos quedado en
la entrada de una iglesia de la ciudad en la que él vivía que sólo estaba a 20
minutos en coche de la mía.
Allí,
vestida toda de negro y con cinturón rojo estaba yo, que había llegado 10 minutos
antes de la hora. No sabía cómo era el tipo, al que sólo había visto en una
foto de mala calidad, así que todos me parecían sospechosos, entonces cuando
veía a alguno acercarse desde lo lejos pensaba: -que no sea éste, por favor-.
Ya que debía tener delante a un desconocido durante al menos un par de horas,
prefería que su corte de pelo fuera de mi gusto. Lo sé…me conformaba con poco.
Pero después de un año y dos meses de convivencia con el “innombrable” (nombre
que por unanimidad mis amigos y yo habíamos
adjudicado a mi ex), casi cualquier persona hubiera estado a la altura.
Siempre he
pensado que las primeras citas (o encuentros o como mierda queramos llamarlo),
son como entrevistas de trabajo con bebidas encima de la mesa. Sólo que
inexplicablemente, a las entrevistas de trabajo vas por necesidad y a las
primeras citas… ¿quién coño sabe por qué?
Mientras
seguía a la espera, pensaba si seguir allí plantada o largarme a un bar cualquiera
a emborracharme sola… ¿quién me decía que el tipo éste no iba a ser como Dexter
Morgan o incluso algo peor? En
fin…aguantaría unos minutos más y si no venía me largaría.
En ese
momento oí que alguien me hablaba: -perdone señorita…- me di la vuelta y ahí
estaba, un tipo alto, rubio de ojos claros, con pinta de haber sido guapo años
atrás pero demacrado por el abusivo uso de las drogas. Minutos más tarde me
contó su historia.
-Perdone,
señorita…o señora…¡no sé!- me sonrió y en ese preciso momento a parte de saber
que me iba a pedir dinero supe que me iba a caer bien.
-¿No
tendrías un eurillo para comprarme un bocadillo? Lo que puedas darme guapa-.
Tenía acento del sur. Sonreía mucho y sus globos oculares, contradictoriamente
a como debieran ser por el estado en que se encontraba, tenían el blanco más
puro que había visto en mucho tiempo. Eso me tranquilizó.
Me dispuse a
sacar la cartera para darle algo. No es que yo estuviera en situación de darle
dinero, pues después de un año sin haber encontrado un trabajo ni decente ni
indecente, llevaba sólo una semana en un nuevo curro.
-Te puedo
dar 2,50 euros.- Le dije sonriendo- pero piensa que he estado hasta hace poco
en el paro…-no me dejó seguir. Me interrumpió.
- Eso es lo
que pasa guapa, llevo 4 horas delante de esta iglesia y ni el cura me ha dado
un céntimo…míralo ahora…cerrando las puertas. La gente que sale de la iglesia
es la que tiene más dinero y la que menos da. -¡Mire señor!- Le gritó a un tipo
que acababa de aparcar su BMW delante de la iglesia. –Esta señorita está en
paro y me ha dado 2,50 euros…a ver si usted me puede dar algo! El tipo del BMW
replicó algo por lo bajo pero ni siquiera le miró a la cara.
-¿Ves lo que
pasa?- dijo.- Estos son los peores-.
Me hacía
mucha gracia su manera de expresarse, así que decidí preguntarle un poco sobre
su vida.
-¿Dónde
vives?- le dije- Pues mira-respondió-vivo en el cajero que está en la rambla,
si quieres un día te puedes pasar y verás. Llevo 2 meses ahí.- Le miré los
brazos. Los tenía llenos de grandes costras infectadas. Se dio cuenta de que le
miraba. –Esto no es de pincharme ni nada…no, no…esto son picaduras de algún
insecto y de dormir en los cartones pues se me infecta y mira como lo tengo…en
carne viva-. Siguió contando. Hablaba sin parar. A pesar del contenido triste
de sus palabras, lo explicaba todo sonriente y con mucha gracia.
-Yo me
pinchaba cocaína, pero ahora hace ya 2 años que no…estoy con la metadona,
claro, porque sino no podría aguantar. ¡Tú imagínate!
-¿y cómo has
llegado a esta situación? – me interesé.
- Pues
verás, yo estaba casado y tengo dos niños, sí…tenía una pequeña empresa de
construcción, pero me llegó una multa de 25000 euros por no tener a unos
trabajadores asegurados y ahí se me fue todo a la mierda…la empresa, la
familia, los amigos…y me fui metiendo en esto de la droga y ahora no tengo ni dónde
vivir. En el cajero de la rambla estoy…pásate un día si quieres, me llamo Paco.
-No hace
falta-contesté-te creo. Pero, ¿no puedes pedir ayuda o ir a algún albergue? Me
dio un empujoncito en el hombro y me dijo:-Pues no guapa, yo soy de Huelva y no
estoy empadronado aquí, así que supuestamente no me pueden ayudar…y lo de los
albergues…¡hay unas colas! ¡Cuando se acaba la comida no hay más!-dio una
palmada y abrió mucho los ojos cuando dijo esto.
- Igual te
pasas 3 horas esperando y luego te echan a la calle porque no hay sitio-.
En ese momento pasó una mujer con su marido y
él siguió pidiendo:- señora, una ayuda, que de momento sólo me ha dado esta
chica que está en paro y no me llega para comprarme un bocadillo-. La señora me
miró, como indignada de que estuviera hablando con esa escoria humana y
enfadada porque ahora la ponía en situación de ser peor persona que yo…y eso
que ella salía de la iglesia. –Ay pues verás…es que no llevo nada- me dijo
medio abriendo su bolso con temor.- Y mi marido también está en paro-. Se
dirigía a mí, como justificándose, como si las explicaciones me las tuviera que
dar a mí.
-Señora-le
dije yo-a mi no me lo diga-el dinero se lo ha pedido él-.
La mujer se
quedó hablando un rato con nosotros, criticando a la iglesia, diciendo que todo
era un negocio, pero justificando al cura que según ella, parecía ser buena
persona.-Bueno, pensé yo…todos somos buenas personas hasta que nos piden algo y
este cura lo único que había hecho era mirarnos de soslayo y cerrarnos las
puertas en las narices-.
La mujer
siguió su discurso al lado de su marido que no mediaba palabra. Seguramente
estaba avergonzado por la obvia hipocresía que derramaba la boca de su mujer.
Después de
una larga perorata, la mujer se ofreció a llevarle comida al cajero dónde Paco
le había explicado que malvivía, pero entre nosotros, no creo que tuviera la
intención de ir. Sólo pretendía expiar su culpa, con demagogias que sabía de
antemano que no iba a cumplir.
En ese
momento sonó mi teléfono móvil: era el desconocido. Lo agradecí, pues aunque el
chico de la metadona me había caído bien, la reunión tumultuosa que se había
generado me empezaba a incomodar.
-¿Quién te
llama?- preguntó Paco.
-Es un chico
con el que he quedado que ni siquiera conozco-le dije.
-Ah sí…aquel
que se acerca…déjame que lo mire a ver si es buena gente o es de los que le dan
al costo…que yo conozco aquí a todo el mundo…-.
En ese
momento me iba a decir algo sobre el chico, pero ya lo teníamos encima.
-¿Elena?-me
preguntó el desconocido para cerciorarse de que era yo.
-Sí, -le
dije.-Ropa negra y cinturón rojo.-Sonreí de mala gana. Realmente no tenía ganas
de ir a ningún sitio ni con él ni con nadie…pero bueno, ya estaba allí. ¿Qué
podía hacer?
Paco se
acercó a nosotros y le contó toda la historia de nuevo a él. Hablaba sin parar.
Yo pensé que había tanto gilipollas saliendo en la tele sin ninguna gracia y
este pobre hombre con un oculto talento viviendo en un cajero y chupando
metadona…las incoherencias de la vida.
-Bueno,
tenemos que irnos amigo-le dije a Paco.
Él se
dirigió a mi acompañante desconocido y señalándole con el dedo índice le dijo:
-trátala bien, es una tía de puta madre-.
Me dio dos
besos y cuando nos alejábamos mi desconocido, ahora ya medio conocido, me gritó
algo de lejos. No entendí nada de lo que dijo. Pero estaba segura de que había
sido algo mucho más interesante de lo que oiría en las siguientes 2 horas.