domingo, 5 de agosto de 2012

LA ESTRATEGIA DE SOBREVIVIR BAJO EL LODO


Era una tarde de domingo sin resaca. Estaba en mi habitación tumbada en la cama. Me aburría tanto que incluso creo que cuando miraba al reloj, parecía que las agujas corrían hacia atrás. Así que decidí quedar con un tipo que había conocido unos días antes a través de una página de esas de contactos. –Peor que mi ex no puede ser- pensé. Entonces, ¿por qué no ir? Mi autoestima había sido asesinada un año atrás…así que había poco más que perder.
Lo siguiente que supe es que estaba esperando a este tipo desconocido. Habíamos quedado en la entrada de una iglesia de la ciudad en la que él vivía que sólo estaba a 20 minutos en coche de la mía.
Allí, vestida toda de negro y con cinturón rojo estaba yo, que había llegado 10 minutos antes de la hora. No sabía cómo era el tipo, al que sólo había visto en una foto de mala calidad, así que todos me parecían sospechosos, entonces cuando veía a alguno acercarse desde lo lejos pensaba: -que no sea éste, por favor-. Ya que debía tener delante a un desconocido durante al menos un par de horas, prefería que su corte de pelo fuera de mi gusto. Lo sé…me conformaba con poco. Pero después de un año y dos meses de convivencia con el “innombrable” (nombre que por unanimidad mis amigos y yo  habíamos adjudicado a mi ex), casi cualquier persona hubiera estado a la altura.
Siempre he pensado que las primeras citas (o encuentros o como mierda queramos llamarlo), son como entrevistas de trabajo con bebidas encima de la mesa. Sólo que inexplicablemente, a las entrevistas de trabajo vas por necesidad y a las primeras citas… ¿quién coño sabe por qué?
Mientras seguía a la espera, pensaba si seguir allí plantada o largarme a un bar cualquiera a emborracharme sola… ¿quién me decía que el tipo éste no iba a ser como Dexter Morgan o  incluso algo peor? En fin…aguantaría unos minutos más y si no venía me largaría.
En ese momento oí que alguien me hablaba: -perdone señorita…- me di la vuelta y ahí estaba, un tipo alto, rubio de ojos claros, con pinta de haber sido guapo años atrás pero demacrado por el abusivo uso de las drogas. Minutos más tarde me contó su historia.
-Perdone, señorita…o señora…¡no sé!- me sonrió y en ese preciso momento a parte de saber que me iba a pedir dinero supe que me iba a caer bien.
-¿No tendrías un eurillo para comprarme un bocadillo? Lo que puedas darme guapa-. Tenía acento del sur. Sonreía mucho y sus globos oculares, contradictoriamente a como debieran ser por el estado en que se encontraba, tenían el blanco más puro que había visto en mucho tiempo. Eso me tranquilizó.
Me dispuse a sacar la cartera para darle algo. No es que yo estuviera en situación de darle dinero, pues después de un año sin haber encontrado un trabajo ni decente ni indecente, llevaba sólo una semana en un nuevo curro.
-Te puedo dar 2,50 euros.- Le dije sonriendo- pero piensa que he estado hasta hace poco en el paro…-no me dejó seguir. Me interrumpió.
- Eso es lo que pasa guapa, llevo 4 horas delante de esta iglesia y ni el cura me ha dado un céntimo…míralo ahora…cerrando las puertas. La gente que sale de la iglesia es la que tiene más dinero y la que menos da. -¡Mire señor!- Le gritó a un tipo que acababa de aparcar su BMW delante de la iglesia. –Esta señorita está en paro y me ha dado 2,50 euros…a ver si usted me puede dar algo! El tipo del BMW replicó algo por lo bajo pero ni siquiera le miró a la cara.
-¿Ves lo que pasa?- dijo.- Estos son los peores-.
Me hacía mucha gracia su manera de expresarse, así que decidí preguntarle un poco sobre su vida.
-¿Dónde vives?- le dije- Pues mira-respondió-vivo en el cajero que está en la rambla, si quieres un día te puedes pasar y verás. Llevo 2 meses ahí.- Le miré los brazos. Los tenía llenos de grandes costras infectadas. Se dio cuenta de que le miraba. –Esto no es de pincharme ni nada…no, no…esto son picaduras de algún insecto y de dormir en los cartones pues se me infecta y mira como lo tengo…en carne viva-. Siguió contando. Hablaba sin parar. A pesar del contenido triste de sus palabras, lo explicaba todo sonriente y con mucha gracia.
-Yo me pinchaba cocaína, pero ahora hace ya 2 años que no…estoy con la metadona, claro, porque sino no podría aguantar. ¡Tú imagínate!
-¿y cómo has llegado a esta situación? – me interesé.
- Pues verás, yo estaba casado y tengo dos niños, sí…tenía una pequeña empresa de construcción, pero me llegó una multa de 25000 euros por no tener a unos trabajadores asegurados y ahí se me fue todo a la mierda…la empresa, la familia, los amigos…y me fui metiendo en esto de la droga y ahora no tengo ni dónde vivir. En el cajero de la rambla estoy…pásate un día si quieres, me llamo Paco.
-No hace falta-contesté-te creo. Pero, ¿no puedes pedir ayuda o ir a algún albergue? Me dio un empujoncito en el hombro y me dijo:-Pues no guapa, yo soy de Huelva y no estoy empadronado aquí, así que supuestamente no me pueden ayudar…y lo de los albergues…¡hay unas colas! ¡Cuando se acaba la comida no hay más!-dio una palmada y abrió mucho los ojos cuando dijo esto.
- Igual te pasas 3 horas esperando y luego te echan a la calle porque no hay sitio-.
 En ese momento pasó una mujer con su marido y él siguió pidiendo:- señora, una ayuda, que de momento sólo me ha dado esta chica que está en paro y no me llega para comprarme un bocadillo-. La señora me miró, como indignada de que estuviera hablando con esa escoria humana y enfadada porque ahora la ponía en situación de ser peor persona que yo…y eso que ella salía de la iglesia. –Ay pues verás…es que no llevo nada- me dijo medio abriendo su bolso con temor.- Y mi marido también está en paro-. Se dirigía a mí, como justificándose, como si las explicaciones me las tuviera que dar a mí.
-Señora-le dije yo-a mi no me lo diga-el dinero se lo ha pedido él-.
La mujer se quedó hablando un rato con nosotros, criticando a la iglesia, diciendo que todo era un negocio, pero justificando al cura que según ella, parecía ser buena persona.-Bueno, pensé yo…todos somos buenas personas hasta que nos piden algo y este cura lo único que había hecho era mirarnos de soslayo y cerrarnos las puertas en las narices-.
La mujer siguió su discurso al lado de su marido que no mediaba palabra. Seguramente estaba avergonzado por la obvia hipocresía que derramaba la boca de su mujer.
Después de una larga perorata, la mujer se ofreció a llevarle comida al cajero dónde Paco le había explicado que malvivía, pero entre nosotros, no creo que tuviera la intención de ir. Sólo pretendía expiar su culpa, con demagogias que sabía de antemano que no iba a cumplir.
En ese momento sonó mi teléfono móvil: era el desconocido. Lo agradecí, pues aunque el chico de la metadona me había caído bien, la reunión tumultuosa que se había generado me empezaba a incomodar.
-¿Quién te llama?- preguntó Paco.
-Es un chico con el que he quedado que ni siquiera conozco-le dije.
-Ah sí…aquel que se acerca…déjame que lo mire a ver si es buena gente o es de los que le dan al costo…que yo conozco aquí a todo el mundo…-.
En ese momento me iba a decir algo sobre el chico, pero ya lo teníamos encima.
-¿Elena?-me preguntó el desconocido para cerciorarse de que era yo.
-Sí, -le dije.-Ropa negra y cinturón rojo.-Sonreí de mala gana. Realmente no tenía ganas de ir a ningún sitio ni con él ni con nadie…pero bueno, ya estaba allí. ¿Qué podía hacer?
Paco se acercó a nosotros y le contó toda la historia de nuevo a él. Hablaba sin parar. Yo pensé que había tanto gilipollas saliendo en la tele sin ninguna gracia y este pobre hombre con un oculto talento viviendo en un cajero y chupando metadona…las incoherencias de la vida.
-Bueno, tenemos que irnos amigo-le dije a Paco.
Él se dirigió a mi acompañante desconocido y señalándole con el dedo índice le dijo: -trátala bien, es una tía de puta madre-.
Me dio dos besos y cuando nos alejábamos mi desconocido, ahora ya medio conocido, me gritó algo de lejos. No entendí nada de lo que dijo. Pero estaba segura de que había sido algo mucho más interesante de lo que oiría en las siguientes 2 horas.

miércoles, 1 de agosto de 2012

EL PERRITO NANUC (Una historia Naïf)


Érase una vez una niña que tenía un perrito llamado Nanuc.
Nanuc era muy travieso. Se peleaba con todos los perros callejeros de la 5º Avenida de Manhattan que era dónde él vivía con Cristi y sus padres.
Cierto día el camión de la basura pasaba por la calle dónde vivía la familia de Nanuc. Como el vecindario estaba muy escamado a propósito de las travesuras del perrito, acordaron lanzarlo al interior del camión entre los desperdicios, para que muriese triturado entre la basura y asfixiado por el hedor, así le darían su merecido. Incluso tuvieron una reunión de vecinos para llegar a ésta resolución, tal era el desasosiego de esta pobre gente, que no podía permitir que Nanuc manchara los vestiditos blancos de los domingos de sus lindas hijitas.
Todos los perros de la ciudad se pusieron muy contentos al enterarse de que posiblemente, Nanuc había muerto. Aunque no se alegraron tanto como los vecinos de Cristi y sus padres, que tras la liberación se habían sumido en una interminable fiesta, donde no estaba permitido estar sobrio.
Al día siguiente, la familia de Cristi se dirigió al vertedero para recoger los restos de su querido Nanuc, pero se llevaron una gran sorpresa cuando llegaron y lo vivieron allí, vivito y coleando y jugueteando entre los residuos. Pobre-pensó la familia-es un superviviente…
Cuando Nanuc llegó de nuevo a su higiénico hogar, los vecinos estaban esperando con pancartas dispuestos a lanzarse a las calles y manifestarse. Así era lo que reclamaban:- ¡Queremos que se vaya Nanuc y si es necesario que lo haga también su familia!
Finalmente la noticia llegó al alcalde de la ciudad, Ed Koch, quien estuvo de acuerdo con los cientos de vecinos que se quejaban sobre el apestoso Nanuc. Por supuesto, no se podía permitir que un maloliente perro pusiera sus sucias patas sobre las piruletas de las dulces hijitas de gente tan honrada.
Así que los padres de Cristi y Nanuc fueron desalojados por orden judicial y ellos lo aceptaron estoicamente por el pobre Nanuc, que nunca había hecho mal a nadie.
Encontraron un hogar bajo las calles de Manhattan: las cloacas. Por suerte pudieron comer las ratas que había por allí…también de vez en cuando bajaba algún técnico a echar un vistazo a algo que no andaba bien…y entonces sí que tenían un gran festín…y todo lo hacían por el pobre Nanuc, que no conocía la maldad…

Nota Bene: versión de una historia escrita por Laura Molero y Elena Peral. Año 1988.