Érase
una vez una niña que tenía un perrito llamado Nanuc.
Nanuc era muy travieso. Se peleaba con todos los
perros callejeros de la 5º Avenida de Manhattan que era dónde él vivía con
Cristi y sus padres.
Cierto día el camión de la basura pasaba por la calle
dónde vivía la familia de Nanuc. Como el vecindario estaba muy escamado a
propósito de las travesuras del perrito, acordaron lanzarlo al interior del
camión entre los desperdicios, para que muriese triturado entre la basura y
asfixiado por el hedor, así le darían su merecido. Incluso tuvieron una reunión
de vecinos para llegar a ésta resolución, tal era el desasosiego de esta pobre
gente, que no podía permitir que Nanuc manchara los vestiditos blancos de los
domingos de sus lindas hijitas.
Todos los perros de la ciudad se pusieron muy
contentos al enterarse de que posiblemente, Nanuc había muerto. Aunque no se
alegraron tanto como los vecinos de Cristi y sus padres, que tras la liberación
se habían sumido en una interminable fiesta, donde no estaba permitido estar
sobrio.
Al día siguiente, la familia de Cristi se dirigió al
vertedero para recoger los restos de su querido Nanuc, pero se llevaron una
gran sorpresa cuando llegaron y lo vivieron allí, vivito y coleando y jugueteando
entre los residuos. Pobre-pensó la familia-es un superviviente…
Cuando Nanuc llegó de nuevo a su higiénico hogar, los
vecinos estaban esperando con pancartas dispuestos a lanzarse a las calles y
manifestarse. Así era lo que reclamaban:- ¡Queremos que se vaya Nanuc y si es
necesario que lo haga también su familia!
Finalmente la noticia llegó al alcalde de la ciudad,
Ed Koch, quien estuvo de acuerdo con los cientos de vecinos que se quejaban
sobre el apestoso Nanuc. Por supuesto, no se podía permitir que un maloliente
perro pusiera sus sucias patas sobre las piruletas de las dulces hijitas de
gente tan honrada.
Así que los padres de Cristi y Nanuc fueron
desalojados por orden judicial y ellos lo aceptaron estoicamente por el pobre
Nanuc, que nunca había hecho mal a nadie.
Encontraron un hogar bajo las calles de Manhattan:
las cloacas. Por suerte pudieron comer las ratas que había por allí…también de
vez en cuando bajaba algún técnico a echar un vistazo a algo que no andaba
bien…y entonces sí que tenían un gran festín…y todo lo hacían por el pobre
Nanuc, que no conocía la maldad…
Nota
Bene: versión de una historia escrita por Laura Molero y Elena Peral. Año 1988.
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